Lois Pereiro. Breve encontro. Un achegamento comiqueiro á biografía e á obra do poeta. |
Jacobo Fernández Serrano (Autor/a), Jacobo Fernández Serrano (Ilustrador/a) |
Colección: EDICIÓN LITERARIA>ALTERNATIVAS |
Contido Esta novela gráfica, en branco e negro, de Jacobo Fernández Serrano, primeira no catálogo de Xerais, constitúe un singular e fermoso achegamento comiqueiro á vida e á obra do poeta homenaxeado na Letras Galegas 2011. Iníciase cun breve encontro no que o autor homenaxea a película de David Lean, percorrendo cada unha das etapas da vida do poeta monfortino. Dende o seu nacemento na vila de de néboa e trens, pasando polos días de descubrimento da adolescencia, as primeiras loias en Madrid, o envelenamento e doenza posterior provocado pola colza, as viaxes europeas, as antoloxías coruñesas de amor e desamor, a edición do primeiro libro, os días da conversa ultramarina e da modesta proposición, ate a poesía última de amor e enfermidade. A novela inclúe ademáis a edición gráfica dalgúns dos textos máis emblemáticos do poeta, así como as visións do creador arredor da súa figura. Como sinalou Manuel Rivas, esta novela gráfica “non trata de condecorar a Lois nin de poñelo nun pedestal. Trata de facelo reexistir, de andar por aquí de novo”. |
ContactoInicioFlujoLecturas / inspirada en Boucq, si se me permite- portada), no hay fronteras entre lo grotesco y lo hermoso, no existe un criterio objetivo que dé un aprobado a la atracción, ni tan siquiera el consenso de un canon socialmente aprobado se corresponde con la realidad de aquello que perturba en la intimidad. Tras Escombros y Succión, Cooper cierra una extraña y atípica trilogía que nace de la fantasía para ir acercándose a una realidad que, paradójicamente, parece más ajena que nunca, entroncando con esas visiones supuestamente deformadas de la realidad que firman autos como Cronenberg, Ballard o Witkin. O, quizás, más exactas e inquietantes que ninguna… (4) Lecturas /
La última obra de Dave Cooper llega a España con retraso. Iba a decir “como ya es habitual”, pero la verdad es que este esquizofrénico mercado nuestro ha conseguido que perdamos la capacidad de sorpresa y que las obras aparezcan por estos lares sin un calendario mínimamente descifrable. Obras a priori interesantísimas, duermen el sueño de los inéditos por tiempo indefinido, mientras que otras que parecían condenadas al olvido aparecen con tal rapidez que a poco aparecen antes de que el autor las termine. Pero al menos llega, aunque en este caso casi, casi como cruel esquela de la carrera comiquera de Cooper, que decidió tras esta obra dejar los difíciles esfuerzos del noveno arte para dedicarse en cuerpo y alma a la ilustración. Una verdadera lástima: las ilustraciones de Cooper son extraordinarias, una extraña mezcla barroca y recargada de curvas orgánicas llenas de volúmenes y de ingenuidad malsana que hacen a uno imaginar una especie de Frankenstein formado con Botero y Disney formado en la escuela nocturna de Crumb; pero sus tebeos son todavía más inquietantes y destacables. Demuestran en lo gráfico esa formación crumbiana, pero también una malsana imaginación desbordada que crea enfermizas versiones de Coconino County. Obras siempre atractivas entre las que destaca especialmente Flujo, que llega ahora a las librerías. Es tentador, supongo, resumir la obra de Cooper copn el manido “crónica de una perversión”, pero sólo se demostraría que la imaginación, más que dispararse con las cosas del sexo, se repite cosa mala, y que hay lectores que a la primera muestra de tetamen, pierden el oremus. No, Flujo es otra cosa: a primera vista, una especie de porno glamouroso de Andrew Blake, de esos de ninfas de infinitas piernas con pequeñas insinuaciones sadomasoquistas, pero pasado por el tamiz de la realidad más mundana. Cambiando los pechos diseñados a golpe de Autocad por la ubre voluminosa y caída, la cintura de avispa por el Michelín currado a golpe de chopped y el chorreo de vaselina en la lente del objetivo por sudores malolientes u otras secreciones de las que es mejor no hablar.
Pero rascando un poco esa morbosa superficie, este relato de la atracción del ilustrador Martin por su inusual modelo Tina es un minucioso y detallado análisis de ese extraño proceso por el cual la mente humana es capaz de convertir lo más inesperado en obsesión enfermiza. De cómo el mundo pierde su sentido y lo que era, posiblemente, simple soledad, se transmuta en aislamiento total que sólo deja espacio para el objeto de obsesión. Pero, también, es una aproximación a los mecanismos ignotos que mueven la atracción humana, que huyen de los cánones que marcan los medios o el arte para encontrar su propio camino. La belleza idealizada mostrada en su carnosa voluptuosidad pierde su glamour y se transforma en un puro ejercicio de exhibicionismo visceral (sirva com ejemplo la excesiva -e
Y Calpurnio un genio del noveno arte.
Hala, ya lo he dicho.
.
.
.
Eeeeehhhhh ¿no pasa nada? ¡Uy! ¡Si no hay comentarios!… Me perdonarán ustedes, pero es la costumbre. Tras esas dos frases, lo normal hubiera sido recibir centenares de comentarios furibundos ante tan heréticas afirmaciones, poco más o menos que llamando al linchamiento en algunos casos o, los más amables, recomendándome un neurólogo no vaya a ser que esto sea síntoma de algún tumor cerebral en ciernes. Eso sí, con cierta coincidencia general en el uso de la expresión “¡Pero si eso lo puede dibujar hasta mi hijo de tres años!”. Con la que reconozco, estoy de acuerdo. Es verdad, para que negarlo: Cuttlas, Jim o al malvado Jack pueden ser dibujados sin problemas por un niño de tres años. Incluso mi hijo con 16 meses creo que tiene capacidad para acercarse. ¡Hasta yo puedo dibujarlos! (aunque ojo, la cosa no es tan sencilla como aparenta…). Ni siquiera es original que hace casi doscientos años ya el señor George Cruishank hacía su versión particular del Cuttlas. Verdades como templos, oigan. Pero dibujar al vaquero con cuatro palotes es una cosa y, ¡ay!, dibujar las historietas del Cuttlas…eso, señoras y señores, eso es otro cantar. Porque aquí entramos en otra dimensión completamente diferente, la de la historieta. Y resulta que, en ese juego, Calpurnio es un genio que lleva 20 años haciendo una obra maestra con los recursos más limitados del mundo: el espacio cerrado de una página y unos personajes esbozados de la forma más sintética posible, con unos palotes. Minimalismo puro y duro en el dibujo para lanzarse a la exploración del lenguaje de la narrativa gráfica con una imaginación desbordante y una ausencia de prejuicios total que le ha llevado a la fusión más impensable de medios, consiguiendo que todo sea posible en la entrega del Cuttlas y convirtiendo la serie en el mayor catálogo de recursos narrativos jamás visto, de los que han existido, existen y existirán. Porque ahora nos maravillamos de los recursos creados por Dash Shaw, Ruppert y Mulot, Ware o Yokoyama…pero seguro que este Michael Nyman del tebeo que es Calpurnio ya los uso alguna vez. Experimentando con la dinámica y la estática de la secuencia, con la composición en todas sus formas, tomando préstamos del cine, del videojuego, del videoclip, de la literatura, del videoarte, de la pintura… O de la electrónica, biología, meteorología, geografía, astronomía, topografía o tipografía, porque la imaginación desbordada de Calpurnio se ha atrevido con todo en lo gráfico igual que en sus argumentos toda opción tenía cabida: desde la parodia del género de western, por supuesto, principio y origen de la serie, a cualquier tema por extraño o delicado que fuera, desde el más trascendente al más banal, desde la actualidad a la filosofía de andar por casa, desde la simple pasión por Kraftwerk (creando los mejores comic-clips jamás vistos) a la astenia primaveral o incluso, por qué no, un cómic-sudoku o un calendario-cómic. Y, siempre, desde la ironía, desde una visión que sabe ser ácida e inteligente, ya desde la reflexión pausada o desde la pasión estética.
Admito mi total admiración por la obra de Calpurnio: después de más de 20 años al pie del cañón, Cuttlas sigue sorprendiéndome con cada una de esas entregas de una página donde uno se puede perder descubriendo siempre nuevos caminos, en una obra absolutamente inclasificable, pero que explora el lenguaje de la historieta como pocos autores han hecho en la historia.
Y que, encima, es divertidísimo.
Aprovechen la edición integral que publica Glénat. Imprescindible.
El bueno de Cuttlas es una obra maestra.
Pero hay que tener cuidado: hablamos de David Rubín, de un autor que ha dado muestras sobradas de saber jugar con sentimientos descarnados a la par que reflexivos en sus obras anteriores y que, en ésta, oculta tras esa fachada de emoción aventurera algo más. No sabemos el qué, pero la narración va dejando pistas, pequeñas ideas sueltas apenas esbozadas que hablan del conflicto entre el héroe y la realidad, de la ficción enfrentada a reconocerse sólo como parte de la imaginación.
Muchas ideas, mucha pasión, mucho disfrite, mucho entretenimiento y, sobre todo, muchas ganas de ver la siguiente entrega de esta obra que se antoja, de momento, como extraordinariamente apetecible.
El bueno de Cuttlas
La última obra de Dave Cooper llega a España con retraso. Iba a decir “como ya es habitual”, pero la verdad es que este esquizofrénico mercado nuestro ha conseguido que perdamos la capacidad de sorpresa y que las obras aparezcan por estos lares sin un calendario mínimamente descifrable. Obras a priori interesantísimas, duermen el sueño de los inéditos por tiempo indefinido, mientras que otras que parecían condenadas al olvido aparecen con tal rapidez que a poco aparecen antes de que el autor las termine. Pero al menos llega, aunque en este caso casi, casi como cruel esquela de la carrera comiquera de Cooper, que decidió tras esta obra dejar los difíciles esfuerzos del noveno arte para dedicarse en cuerpo y alma a la ilustración. Una verdadera lástima: las ilustraciones de Cooper son extraordinarias, una extraña mezcla barroca y recargada de curvas orgánicas llenas de volúmenes y de ingenuidad malsana que hacen a uno imaginar una especie de Frankenstein formado con Botero y Disney formado en la escuela nocturna de Crumb; pero sus tebeos son todavía más inquietantes y destacables. Demuestran en lo gráfico esa formación crumbiana, pero también una malsana imaginación desbordada que crea enfermizas versiones de Coconino County. Obras siempre atractivas entre las que destaca especialmente Flujo, que llega ahora a las librerías. Es tentador, supongo, resumir la obra de Cooper copn el manido “crónica de una perversión”, pero sólo se demostraría que la imaginación, más que dispararse con las cosas del sexo, se repite cosa mala, y que hay lectores que a la primera muestra de tetamen, pierden el oremus. No, Flujo es otra cosa: a primera vista, una especie de porno glamouroso de Andrew Blake, de esos de ninfas de infinitas piernas con pequeñas insinuaciones sadomasoquistas, pero pasado por el tamiz de la realidad más mundana. Cambiando los pechos diseñados a golpe de Autocad por la ubre voluminosa y caída, la cintura de avispa por el Michelín currado a golpe de chopped y el chorreo de vaselina en la lente del objetivo por sudores malolientes u otras secreciones de las que es mejor no hablar.
Pero rascando un poco esa morbosa superficie, este relato de la atracción del ilustrador Martin por su inusual modelo Tina es un minucioso y detallado análisis de ese extraño proceso por el cual la mente humana es capaz de convertir lo más inesperado en obsesión enfermiza. De cómo el mundo pierde su sentido y lo que era, posiblemente, simple soledad, se transmuta en aislamiento total que sólo deja espacio para el objeto de obsesión. Pero, también, es una aproximación a los mecanismos ignotos que mueven la atracción humana, que huyen de los cánones que marcan los medios o el arte para encontrar su propio camino. La belleza idealizada mostrada en su carnosa voluptuosidad pierde su glamour y se transforma en un puro ejercicio de exhibicionismo visceral (sirva com ejemplo la excesiva -e
Y Calpurnio un genio del noveno arte.
Hala, ya lo he dicho.
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Eeeeehhhhh ¿no pasa nada? ¡Uy! ¡Si no hay comentarios!… Me perdonarán ustedes, pero es la costumbre. Tras esas dos frases, lo normal hubiera sido recibir centenares de comentarios furibundos ante tan heréticas afirmaciones, poco más o menos que llamando al linchamiento en algunos casos o, los más amables, recomendándome un neurólogo no vaya a ser que esto sea síntoma de algún tumor cerebral en ciernes. Eso sí, con cierta coincidencia general en el uso de la expresión “¡Pero si eso lo puede dibujar hasta mi hijo de tres años!”. Con la que reconozco, estoy de acuerdo. Es verdad, para que negarlo: Cuttlas, Jim o al malvado Jack pueden ser dibujados sin problemas por un niño de tres años. Incluso mi hijo con 16 meses creo que tiene capacidad para acercarse. ¡Hasta yo puedo dibujarlos! (aunque ojo, la cosa no es tan sencilla como aparenta…). Ni siquiera es original que hace casi doscientos años ya el señor George Cruishank hacía su versión particular del Cuttlas. Verdades como templos, oigan. Pero dibujar al vaquero con cuatro palotes es una cosa y, ¡ay!, dibujar las historietas del Cuttlas…eso, señoras y señores, eso es otro cantar. Porque aquí entramos en otra dimensión completamente diferente, la de la historieta. Y resulta que, en ese juego, Calpurnio es un genio que lleva 20 años haciendo una obra maestra con los recursos más limitados del mundo: el espacio cerrado de una página y unos personajes esbozados de la forma más sintética posible, con unos palotes. Minimalismo puro y duro en el dibujo para lanzarse a la exploración del lenguaje de la narrativa gráfica con una imaginación desbordante y una ausencia de prejuicios total que le ha llevado a la fusión más impensable de medios, consiguiendo que todo sea posible en la entrega del Cuttlas y convirtiendo la serie en el mayor catálogo de recursos narrativos jamás visto, de los que han existido, existen y existirán. Porque ahora nos maravillamos de los recursos creados por Dash Shaw, Ruppert y Mulot, Ware o Yokoyama…pero seguro que este Michael Nyman del tebeo que es Calpurnio ya los uso alguna vez. Experimentando con la dinámica y la estática de la secuencia, con la composición en todas sus formas, tomando préstamos del cine, del videojuego, del videoclip, de la literatura, del videoarte, de la pintura… O de la electrónica, biología, meteorología, geografía, astronomía, topografía o tipografía, porque la imaginación desbordada de Calpurnio se ha atrevido con todo en lo gráfico igual que en sus argumentos toda opción tenía cabida: desde la parodia del género de western, por supuesto, principio y origen de la serie, a cualquier tema por extraño o delicado que fuera, desde el más trascendente al más banal, desde la actualidad a la filosofía de andar por casa, desde la simple pasión por Kraftwerk (creando los mejores comic-clips jamás vistos) a la astenia primaveral o incluso, por qué no, un cómic-sudoku o un calendario-cómic. Y, siempre, desde la ironía, desde una visión que sabe ser ácida e inteligente, ya desde la reflexión pausada o desde la pasión estética.
Admito mi total admiración por la obra de Calpurnio: después de más de 20 años al pie del cañón, Cuttlas sigue sorprendiéndome con cada una de esas entregas de una página donde uno se puede perder descubriendo siempre nuevos caminos, en una obra absolutamente inclasificable, pero que explora el lenguaje de la historieta como pocos autores han hecho en la historia.
Y que, encima, es divertidísimo.
Aprovechen la edición integral que publica Glénat. Imprescindible.
El héroe
Mira que no me gusta hablar de obras en curso, pero el primer volumen de El héroe, de David Rubín, es de esas obras que obligan a la fuerza. Porque es un tebeo que contagia entusiasmo y vitalidad desde esa primera página que hace reverencia a Jack Kirby sin prejuicios, abriendo una lectura briosa e incontenible. Leer El héroe es como escuchar una de esas canciones de swing imparable que obligan a mover los pies, a repiquetear los dedos siguiendo la melodía de forma casi inconsciente. Es pasar páginas con afán infantil, recuperando esa experiencia de lector que se olvida de la razón por un momento y disfruta con plenitud de un héroe que se adapta a los tiempos, una revisión de los trabajos de Hércules que ha pasado por Jack Kirby, por la MTV y los videojuegos sin vergüenza, absorbiendo y volcando influencias culturales y mediáticas sin dejar espacio para tomar aliento.Pero hay que tener cuidado: hablamos de David Rubín, de un autor que ha dado muestras sobradas de saber jugar con sentimientos descarnados a la par que reflexivos en sus obras anteriores y que, en ésta, oculta tras esa fachada de emoción aventurera algo más. No sabemos el qué, pero la narración va dejando pistas, pequeñas ideas sueltas apenas esbozadas que hablan del conflicto entre el héroe y la realidad, de la ficción enfrentada a reconocerse sólo como parte de la imaginación.
Muchas ideas, mucha pasión, mucho disfrite, mucho entretenimiento y, sobre todo, muchas ganas de ver la siguiente entrega de esta obra que se antoja, de momento, como extraordinariamente apetecible.
El bueno de Cuttlas
Edén
Yo no hubiera publicado Edén como un libro, la verdad. No tengo muy clara la argumentación, no se crean ustedes, es algo más empírico que racional. Yo lo hubiera publicado en forma de esos almanaques en taco – ya un poco demodés, cierto- que llevan en cada página un sudoku o una viñeta de Peanuts o de Mafalda. Así, antes de empezar a trabajar, uno lee tranquilamente la entrega diaria de este particular y extraño Edén, esta mezcla de ideas e inspiraciones que bien han relacionado con los haikus japoneses. Días habrá que uno se levantará con el pie torcido y pensará “¡qué cursilería!” o “¡qué chorrada más grande!”. Pero también, otros, leerá quizás la misma historia y pensará en la extraña y delicada belleza que tenía la historia. O simplemente exclamará un “qué hermosura!” y se pasará un día un poco más feliz. Y así, día tras día, Edén tomaría su ritmo y función verdaderos, lejos del mundanal ruido y velocidad que impone un libro, que obliga a leer una detrás de otra todas las historietas en una cadencia que poco favor le hace a la obra de Kioskerman. Las ideas, las metáforas, las greguerías gráficas que propone se deben tomar en pequeñas píldoras, degustarlas con tranquilidad y relajación y no con gula que llevará al empacho indigesto.Mi recomendación para leer Edén es que tengan el libro a mano y que cada día lean una página al azar. Da igual que al final se repitan historias, no hay dos días que tengamos el humor igual y la lectura será completamente distinta. Ya verán ustedes como vale la pena hacerlo así y como, al final, uso se acostumbrará a estar todos los días un poquito en este particular Edén.
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Poco a poco vamos resolviendo los muchos (e inexplicables) debes que el lector español tiene hacia los grandes genios de la historieta mundial. Si el año pasado solventábamos de un plumazo y con contundencia la ignorancia de Dave Sim o Shigeru Mizuki, este año le toca turno, por fin, a uno de los grandes del panorama independiente USA: Jim Woodring. Casi siempre injustamente olvidado, incluso en su país de origen, quizás porque su obra ha sido siempre completamente ajena a cualquier catalogación. Frente a la coherencia grupal de los autores que en los 80 se agrupaban alrededor de los rescoldos del underground, la combativa autoedición o la insurgencia de aquellos que abanderaban el slice of life como una nueva forma de contracultura, Woodring ejercía de inclasificable elemento discordante, pese a unos inicios casi canónicos en la estela de Justin Green. De hecho, no es difícil establecer paralelismos entre las primeras entregas de Jim, su primera obra, y la mítica Binky Brown meets the Holy Virgin, desde algunas referencias estilísticas – quizás menos evidentes- hasta las más obvias temáticas: la autobiografía, la represión sexual, el uso del arte como vía de autoexorcismo… Incluso algunos referentes de la obra de Green, como la transformación física (los dedos-penes de Binky Brown) aparecen también en Jim en forma de grotescas mutaciones del protagonista, a lo que hay que añadir la fuerte carga de interpretación simbólica que ambos autores practican. Sin embargo, es precisamente ese acento en el simbolismo el que marcaría el distanciamiento de la obra de Green para dar a Woodring la pista de su propio camino, en una senda de surrealismo que iba estableciendo las bases de un universo privado, de un espacio tan personal como hermético, donde el delirio comenzaba a tomar posiciones dominantes. Una evolución que tendría punto de inflexión claro en Quarry Story, donde el onirismo deja atrás definitivamente a la realidad, preparando el terreno para la gran creación de Woodring, Frank. Un personaje nacido casi de casualidad, como muchas veces ha indicado el autor, pero que es la consecuencia lógica de esa progresión hacia un discurso tan personal como único, en el que se puedan plasmar tanto las terroríficas alucinaciones y apariciones que marcaron su infancia como propuestas de reflexión sobre cualquier aspecto vital. La transición se cierra completamente: desde Jim, una realidad cotidiana donde lo surreal intenta colarse de rondón como presencia tangible, hasta Frank, un universo surreal donde la realidad es tan sólo un espejismo pasado por el tamiz de la interpretación del lector. Apenas un puñado de personajes y un escenario aparentemente fijo serán los elementos que Woodring utilice como reto personal, un teatro donde compone sus episodios desde excusas argumentales nimias, tan simples como un paseo de Frank, que irán tomando forma y vida propia.
Viendo las páginas de Frank, caminando por Unifactor, la tentación de comenzar a hacer relaciones con Krazy Kat es poderosa: la figura antropomorfa de Frank, un personaje basado en los “animalitos” de los dibujos animados del que nunca sabremos a ciencia cierta si es un gato, perro, conejo o especie definida, es fácilmente trasladable a Krazy y su incierta sexualidad. El universo mutante de Coconino parece una región más de Unifactor. O Unifactor parte natural de Coconino, quién sabe, aunque bien mirado en Coconino es el escenario el que muta y en Unifactor son los actores. El cerrado elenco de personajes de la obra de Herriman, casi más hermético en el caso de Woodring, el paseo de Frank frente al ladrillazo como motor de la historia… Muchas coincidencias que se desvelan como caprichosos apriorismos y coincidencias a medida que avanza la lectura de Frank: es difícil que la musicalidad y ritmo de Herriman tengan correlato en la muda obra de Woodring y es evidente que las intenciones son muy alejadas, demasiado. Quizás, quién sabe, es tan sólo que la genialidad del absurdo encuentra lugares comunes de expresión y que tanto Herriman como Woodring compartieron sus sueños más allá de las limitaciones de tiempo y espacio, conceptos sin sentido alguno en Unifactor o en Coconino. O quizás, también, es una evolución natural de uno en otro, que ha sabido impregnarse y alimentarse de muchísimas más experiencias: más fácil es, por ejemplo, encontrar en Frank los mecanismos del guiñol, presentes tanto en la estructura como en la presencia de un Mr. Punch redivivo en la forma casi sacralizada de Whim, por no hablar de la brutal influencia del dibujo animado que va desde los Fleischer y Disney hasta Chuck Jones y Tex Avery, pasando por la cultura pop, la ilustración más radical y, por supuesto, el cómic underground americano, en un cóctel que la buena mano de Woodring consigue dotar de una extraña naturalidad. Quizás uno de los aspectos más sorprendentes de Frank es que todo ese cúmulo de referencias está presente sin renunciar a sus orígenes de una u otra forma a través de un grafismo anárquico en lo individual que consigue un pasmoso efecto de homogeneidad en lo global. A medida que pasamos las páginas de Frank, la sensación que se tiene es de juego caleidoscópico, de una especie de mantra orgánico donde las formas se van sucediendo sin tregua con lógica uniformidad. Sin embargo, si nos vamos fijando en cada personaje de forma aislada, en cada escena, veremos que Frank sigue los cánones del dibujo animado infantil y lúdico, mientras que ManHog recuerda a Gilbert Shelton y Crumb a la vez que Pupshaw y Pushpaw son iconos de rabioso surrealismo pop (quizás se podría calificar a Woodring del exponente máximo del lowbrow art). Por no hablar de una estética formal que bebe tanto del arte islámico como del radicalismo de Robert Williams sin despeinarse. Es decir, un mejunje que debería ser tan imposible como indigesto, pero que Woodring consigue conjuntar con una armonía asombrosa para poder contar esas historias de Frank donde todo, absolutamente todo es posible.
Y llegamos al momento más delicado: “Sí, todo muy bonito, pero ¿qué cuenta Frank?”
Pues no lo sé. O sí. O yo que sé. Se podría decir, quizás, que Frank cuenta aquello que el lector quiere leer en sus páginas. Es como una especie de mantra en movimiento que va llevando al lector a una especie de trance mesmérico donde todo es posible. Las mutaciones continuas, el cambio, lo orgánico transformado en inorgánico… Todo puede ser leído como un simple gag de slapstick “vintage” depurado y descontextualizado o como una pesadilla lovecraftiana trasladada a un Dibulliwood alucinógeno y perverso. O como una profunda reflexión sobre el ser humano que toca desde los temas más trascendentes a los más banales. O quizás como una experiencia estética radical… Quién sabe. Lo único claro es que Woodring reta al lector a un viaje sin retorno a su propia psique, a una demolición descontrolada de todo lo aprendido. Leer Frank es un revulsivo total que centrifuga las neuronas a alta velocidad, un reset total del sistema de realidad establecido que deja la mente en un renovado estado de equilibrio.
Una obra maestra, una genialidad… el adjetivo es lo de menos porque Frank no los admite. Los crea.
Aunque lo que sí admite adjetivo es la calidad de la edición de Fulgencio Pimentel: espectacular. Servidor hace años que no ve algo parecido. Y me quedo corto.
Enlaces:
- Web de Jim Woodring
- The Woodring Monitor
- Fulgencio Pimentel
Viendo las páginas de Frank, caminando por Unifactor, la tentación de comenzar a hacer relaciones con Krazy Kat es poderosa: la figura antropomorfa de Frank, un personaje basado en los “animalitos” de los dibujos animados del que nunca sabremos a ciencia cierta si es un gato, perro, conejo o especie definida, es fácilmente trasladable a Krazy y su incierta sexualidad. El universo mutante de Coconino parece una región más de Unifactor. O Unifactor parte natural de Coconino, quién sabe, aunque bien mirado en Coconino es el escenario el que muta y en Unifactor son los actores. El cerrado elenco de personajes de la obra de Herriman, casi más hermético en el caso de Woodring, el paseo de Frank frente al ladrillazo como motor de la historia… Muchas coincidencias que se desvelan como caprichosos apriorismos y coincidencias a medida que avanza la lectura de Frank: es difícil que la musicalidad y ritmo de Herriman tengan correlato en la muda obra de Woodring y es evidente que las intenciones son muy alejadas, demasiado. Quizás, quién sabe, es tan sólo que la genialidad del absurdo encuentra lugares comunes de expresión y que tanto Herriman como Woodring compartieron sus sueños más allá de las limitaciones de tiempo y espacio, conceptos sin sentido alguno en Unifactor o en Coconino. O quizás, también, es una evolución natural de uno en otro, que ha sabido impregnarse y alimentarse de muchísimas más experiencias: más fácil es, por ejemplo, encontrar en Frank los mecanismos del guiñol, presentes tanto en la estructura como en la presencia de un Mr. Punch redivivo en la forma casi sacralizada de Whim, por no hablar de la brutal influencia del dibujo animado que va desde los Fleischer y Disney hasta Chuck Jones y Tex Avery, pasando por la cultura pop, la ilustración más radical y, por supuesto, el cómic underground americano, en un cóctel que la buena mano de Woodring consigue dotar de una extraña naturalidad. Quizás uno de los aspectos más sorprendentes de Frank es que todo ese cúmulo de referencias está presente sin renunciar a sus orígenes de una u otra forma a través de un grafismo anárquico en lo individual que consigue un pasmoso efecto de homogeneidad en lo global. A medida que pasamos las páginas de Frank, la sensación que se tiene es de juego caleidoscópico, de una especie de mantra orgánico donde las formas se van sucediendo sin tregua con lógica uniformidad. Sin embargo, si nos vamos fijando en cada personaje de forma aislada, en cada escena, veremos que Frank sigue los cánones del dibujo animado infantil y lúdico, mientras que ManHog recuerda a Gilbert Shelton y Crumb a la vez que Pupshaw y Pushpaw son iconos de rabioso surrealismo pop (quizás se podría calificar a Woodring del exponente máximo del lowbrow art). Por no hablar de una estética formal que bebe tanto del arte islámico como del radicalismo de Robert Williams sin despeinarse. Es decir, un mejunje que debería ser tan imposible como indigesto, pero que Woodring consigue conjuntar con una armonía asombrosa para poder contar esas historias de Frank donde todo, absolutamente todo es posible.
Y llegamos al momento más delicado: “Sí, todo muy bonito, pero ¿qué cuenta Frank?”
Pues no lo sé. O sí. O yo que sé. Se podría decir, quizás, que Frank cuenta aquello que el lector quiere leer en sus páginas. Es como una especie de mantra en movimiento que va llevando al lector a una especie de trance mesmérico donde todo es posible. Las mutaciones continuas, el cambio, lo orgánico transformado en inorgánico… Todo puede ser leído como un simple gag de slapstick “vintage” depurado y descontextualizado o como una pesadilla lovecraftiana trasladada a un Dibulliwood alucinógeno y perverso. O como una profunda reflexión sobre el ser humano que toca desde los temas más trascendentes a los más banales. O quizás como una experiencia estética radical… Quién sabe. Lo único claro es que Woodring reta al lector a un viaje sin retorno a su propia psique, a una demolición descontrolada de todo lo aprendido. Leer Frank es un revulsivo total que centrifuga las neuronas a alta velocidad, un reset total del sistema de realidad establecido que deja la mente en un renovado estado de equilibrio.
Una obra maestra, una genialidad… el adjetivo es lo de menos porque Frank no los admite. Los crea.
Aunque lo que sí admite adjetivo es la calidad de la edición de Fulgencio Pimentel: espectacular. Servidor hace años que no ve algo parecido. Y me quedo corto.
Enlaces:
- Web de Jim Woodring
- The Woodring Monitor
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Will Eisner, un dos pais da Novela Gráfica, escribiu o libro El comic y el arte secuencial, libro necesario para toda aquela persoa que queira coñecer como é o proceso de creación dun cómic.
ResponderExcluirhttp://www.normaeditorial.com/ficha.asp?0/0/012043001/0/el_comic_y_el_arte_secuencial
Para saber máis do autor entra en:
http://dreamers.com/maestrosdelcomic/html/will_eisner.html
Apoio por parte de Aira das letras á revista retranca. Se non estades enterados informádevos no seguinte enlace
ResponderExcluirhttp://www.xornal.com/artigo/2010/10/26/cultura/revista-retranca-denuncia-secuestro-do-seu-numero-papa/2010102614390400889.html
Ola
ResponderExcluirSe queredes ter información actualizada de Banmda Deseñada entrade na páxina que aparece ao fondo do blog: la carcel de papel.
Un saúdo
Ola
ResponderExcluirIncorporamos no noso fondo de BD os libros da editorial Sins Entido.
A destacar dous libros: Asterios pylop e Gemma Bovary